La mañana del último sábado, de los seis que experimenté en el viaje, fue el momento en que me di cuenta que era el principio del fin. Eran las once de la mañana, una hora más de la pactada con Umburubaca, una suerte de patriarca de la comunidad, el más longevo, el único que decía recordar cómo se construyó la más antigua de las viviendas de WeeLewo. Llegó solo, con su paso lento con el que acostumbraba desplazarse, con la espada siempre en la cintura, pero con las manos ocupadas en esta oportunidad. En ellas llevaba tres tipos distintos de ramas, las cuales había seleccionado personalmente para este mágico momento.
Los días en la selva de Indonesia son calurosos, este no era la excepción; así que elegir la locación idónea para que nos mostrara el proceso de construcción de las casas, que nos había prometido como regalo hace tanto, no era asunto menor. La plataforma de bambú del interior de la casa no nos permitiría erguir las ramillas con las que pensaba hacer la maqueta, y la explanada entre las viviendas nos expondría a los rayos de sol más intensos del día. La frustración por no encontrar el escenario idóneo para esta experiencia empezó a notarse, por ello nuestro traductor nos sugirió el espacio contiguo a la casa donde nos quedábamos, el cual estaba cubierto por el techo de ramas que nos permitiría la sombra anhelada y el piso de piedra le daría estabilidad a nuestro modelo miniatura de estas arquitecturas que tanto nos fascinaban. Era el lugar más confortable.
Así es como inicia esta reflexión sobre lo que consideramos confortable y agradable. Lo cual no es lo mismo para todos ni ha sido igual siempre. Existen hábitos sobre los que no reflexionamos por la cotidianidad de los mismos, pues aparentan ser prácticas de lo más naturales: como es el hecho de usar muebles para realizar determinadas actividades; sin embargo, son costumbres socialmente adquiridas.
El utilizar mesas como plataforma para apoyar objetos o sentarse en sillas es tan opcional como optar por condimentar de una u otra manera tus alimentos. De este modo, podemos dividir la población de nuestro planeta en dos grandes grupos, los que se sientan en sillas y los que no. Es así que dentro de este último grupo, tenemos a la comunidad WeeLewo, ubicada en la cima de Sumba, la isla más meridional de Indonesia, donde sus habitantes de una manera tal vez no racional pasan sus días sin usar ningún tipo de mobiliario.
Esto, por más extraño que pueda resultarnos como occidentales, no es más que una cuestión de gusto. Bernard Rudofsky, arduo crítico de la civilización moderna, sostiene que es mucho más práctico sentarse en el suelo y evitar las sillas junto a todos los problemas que conlleva hacerlas de una manera confortable. Fabricar sillas acarrea preocuparse por el confort, debido a que existen grandes posibilidades de que éstas terminen siendo incomodas. Entonces, es comprensible el entender por qué en esta comunidad, como en la gran mayoría de las ubicadas en el bosque tropical, eligen por no incorporar muebles a su vida diaria.
La vivienda de WeeLewo es un conjunto de plataformas de bambú bajo un gran techo de paja en forma de sombrero. Las distintas plataformas se encuentran a desniveles y por ellas se circula, se reposa, cocina y se realizan los demás quehaceres propios de una casa; a veces, se recubren por un tejido de paja a modo de tapete; otras, en la mayor parte, se deja el bambú expuesto. Dentro de estas casas no existen los gabinetes: los lugares de almacenamiento son cañas más ligeras atadas a las paredes, los utensilios para preparar y servir la comida están sobre cañas a cotas diferentes y los distintos niveles separan el espacio para dormir de la circulación o los espacios de estar. Los mismos bambúes que sirven de contrapaso cumplen la función de respaldo al momento de sentarse y así la existencia de cualquier tipo de mobiliario está fusionado a la arquitectura de tal manera que diferenciarlos resulta imposible.
No resulta complicado, así, preguntarse por qué ciertas civilizaciones eligieron omitir usar muebles. ¿En qué se diferencian de los que prefirieron si utilizarlos?
La respuesta a esta pregunta se puede abordar de distintos modos. Una manera es haciendo alusión a la ubicación geográfica y el clima, donde la mayoría de grupos que se sientan en el suelo pertenecen a climas cálidos; quedando esto descalificado, debido a que coreanos y japoneses, quienes se encuentran en climas fríos, se las arreglaron con plataformas. Otro modo de buscarle un motivo seria la antropometría de los usuarios, pero esto también se caería rápidamente ya que si bien los japoneses resultan más bajos; los pobladores africanos, que también se sientan en el suelo, no lo son. Finalmente, los factores económicos tampoco resultan del todo convincentes, ya que culturas muy ricas como la Persa Imperial, la India Mongola o la China del Siglo XVI, se abstuvieron del uso de muebles.
Hasta aquí, ninguno de los motivos por si solo parece ser convincente totalmente, del por qué algunos dejaron de incorporar el mobiliario a sus vidas. Por ello podríamos abordarlo del otro lado, como qué es lo que hace que algunos se compraran el pleito de utilizar muebles en su día a día. Los muebles no son naturales, son artefactos que no se limitan solo a ser algo útil. Si bien, tienen un carácter práctico y funcional, los muebles son más que eso, son un refinamiento que nos hace la vida más rica. Al igual que toda la cultura del ser humano es artificial, las mesas o las sillas también lo son, así pues es importante entender por qué ciertas cosas se hacen por necesidad y cuales otras por mera ostentación. Ejemplos de esto pueden ir desde una silla en la Francia de Luis XIV, donde el Rey Sol se posaba en una silla no solo cómoda sino sobre todo vistosa; hasta el Ferrari de Justin Biber, con las mismas características, en nuestra realidad.
Por ello, en sociedades donde los lujos y la ostentación no son parte principal de su cosmovisión, en lugares como el WeeLewo de Umburubaca -a quien no le incomodó sentarse en el suelo con nosotros-, en comunidades donde los principios de vida están íntimamente conectados con el bosque y la madre naturaleza; la función simbólica de los muebles queda relegada y no es necesario que el jefe de la comunidad se siente en una silla.
Nota: Este artículo ha sido escrito en el contexto de una de las visitas de campo a la comunidad de WeeLewo en Indonesia para la investigación “A través de las selvas del mundo”, que se encuentra realizando el equipo de la asociación peruana sin fines de lucro Construye Identidad.